martes, 18 de septiembre de 2007

BEATIFICACIÓN?

Cardenal Quiroga y su pasado "republicano"
RD
Domingo, 16 de septiembre 2007
Cuenta Roberto Qumata en El Correo Gallego que la lectura de un poema de Álvaro Cunqueiro dedicado al poeta Manuel Gómez del Valle, en 1932, marca el camino para llegar a un inocente y ponderado Manifiesto pastoril de los niños pobres del mundo. ‘Niños pobres del campo, en la ciudad hay también niños pobres que tienen hambre ¡Que tienen mucha hambre! ¡Que no tienen leche ni rojas manzanas! Un día, pronto, os juntaréis para repartiros tan rica leche y tan rojas manzanas’, escribe Gómez del Valle.
Hijo de emigrantes, nace en La Habana seis años después que Fernando Eulogio Quiroga Palacios en la Maceda de 1900.
Las trágicas circunstancias de agosto de 1936 van a unir a dos almas alineadas en bandos distintos aunque no necesariamente antagónicas: Gómez del Valle es un autor con inquietudes comunistas, Quiroga Palacios es el cura de la parroquia ourensana de santa Eufemia.
Ernesto del Valle, hermano del poeta, publica en 1965 y en el exilio un relato estremecedor sobre las últimas horas del condenado: "Cuando el sacerdote vio al piquete que apuntaba al pecho de un valiente, con todas sus fuerzas gritó y gritó: ‘No mires a esos hombres, ni a sus fusiles, mira sólo para mí y para esta cruz". Gómez del Valle, que rechazó la venda, volvió sus ojos por última vez hacia la cruz.
Manuel Gómez del Valle está en línea con la Unión de Escritores Proletarios. Publica en diversas revistas latinoamericanas y, en su rebeldía, se atreve a "tirarle piedras al sol, cansado ya de su insolente brillo".
Durante su estancia en Galicia es lo suficientemente conocido y odiado para que el 21 de julio de 1936, las nuevas autoridades ordenen su detención. Además, en esta ocasión, en A Gudiña, se le sorprende en el reclutamiento de afines y en el pertrechado de armas.
Celso Madriñán Neira es el único testigo autorizado para presenciar la ejecución del poeta que, al contrario que García Lorca, morirá de muros para adentro, en el cuartel de san Francisco.
Tras el juicio sumarísimo, hay un segundo testigo que vela el sueño del reo durante su última noche. Se trata de Fernando Quiroga Palacios, el párroco de santa Eufemia, un cura de aldea que se distingue en los primeros momentos del alzamiento por su actividad en la defensa, y aun en los derechos, de los detenidos.
Con la misma facilidad que hoy se tacha de "fascista" a la persona que se atreve a discrepar de la verdad única u oficial, a Quiroga Palacios le cae el sambenito de comunista, sin duda por su cercanía con el movimiento galleguista de entonces y que representan Vicente Risco, Ricardo Outeiriño, Florentino Cuevillas, Joaquín Lorenzo Xocas, Jesús Ferro Couselo y, sobre todo, Ramón Otero Pedrayo, con quien habrá de compartir mesa y mantel en palacio arzobispal de Santiago los fines de semana de invierno, cuando el patriarca no viaja a Trasalba.
Cesáreo Gil, uno de los biógrafos de Quiroga Palacios, destaca "su santa osadía".
Ordenado sacerdote en 1922, el oriundo de Maceda ve desfilar ante sí la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la República, la persecución religiosa y la sublevación de 1936.
Así que en los peores tiempos para la Iglesia ourensana, Quiroga Palacios no se arruga un ápice a la hora de hacer proselitismo en los barrios y en las escuelas por más que los crucifijos hayan desaparecido, visita y socorre económicamente a los enfermos y asiste a todos los entierros.
Incluso, según Cesáreo Gil, "se presentaba en los entierros civiles de sotana y roquete y le hacía los cultos como si lo hubieran llamado". Más de una vez tendrá que justificarse: "Conocía al difunto, sé que a él le gustaría que rezara por su eterno descanso".
Cuando estalla la Guerra Civil, el movimiento cristiano que encabeza Quiroga Palacios se destaca por su ayuda a los perseguidos por los nacionales, en la asistencia a los huérfanos de ambos bandos y en la defensa de los presos.
Por eso, aquella noche del 11 de agosto de 1936, es autorizado para asistir a Manuel Gómez del Valle en calidad de confesor, tarea en la que fracasa dadas las convicciones ateas del poeta. Fracaso precedido de otro de mayor rango: la tarde anterior intenta persuadir a diversos obispos gallegos para que fuercen el aplazamiento de la sentencia.
En diciembre de 1996, al recordar el 25 aniversario de la muerte del cardenal de Galicia, el cura Manuel Espiña recuerda unas palabras de Castelao que suenan a desafío: "O abade de santa Eufemia de Ourense, don Fernando, cando lle mataron ós seus catro sobriños dixo: ‘Se esta é a xustiza que se fai en nome da relixión, eu racho a sotana. E rachouna".
Don Antonio Fraguas, cronista oficial de Galicia, no acierta del todo en el diagnóstico. "Xelmírez deulle a Compostela o ouro de facela universal; Fonseca, a sabiduría e maila ciencia, e Quiroga, a santidade". Habrá que añadir "galeguidade".
Lo dice el propio Filgueira Valverde: "Estaba chamado a rexir a sede compostelana, cando ao cabo de tantos séculos, a fala galega retornase á Liturxia". Del 7 de enero de 1969 da cuenta Cesáreo Gil: "Cuando don Fernando leyó el Rescripto romano delante de los obispos, estuvo a punto de un infarto de emoción. ¡Tanta ilusión había puesto en rezar a Dios y a su benditísima Madre en lengua gallega!".
Otro oriundo de Maceda, Francisco Carballo, alcanza el rectorado de los Padres Paúles de Salamanca, pero emprende un camino diferente al de Quiroga: lo más parecido a la Teología de la Liberación bajo el yugo de la dictadura. Carballo dirá de su coterráneo que "el cardenal representó la dignidad de Galicia frente al franquismo".
Además de consagrar a seis obispos, Quiroga ordena a 1.002 religiosos desde 1956. Muchos de sus discípulos viven. Con cuatro de ellos, bajo la condición del anonimato, habló EL CORREO.
A las preguntas de si, curiosamente, un franquista sociológico como Quiroga Palacios pudo ser el Tarancón de la Transición, y la pertinencia de pedir por parte del galleguismo histórico y aun del nacionalismo de izquierdas su canonización, éstas son las respuestas.
"Representaría una postura neutral y, en todo caso, actuaría al dictado de Roma pese a sus convicciones franquistas. Recuerde usted la escasa simpatía que se profesaban Pablo VI y Franco", asegura el primer consultado. "Don Fernando era un franquista convencido, siempre le tuvo estima al Caudillo, había entre ellos una relación fluida"
Para el segundo: "No sería Tarancón porque ya había renunciado a presidir la Conferencia Episcopal, además, había pedido la jubilación. Estaría jubilado a partir de enero de 1975. No cabe tal hipótesis. Y otra cosa: la Diócesis de Santiago se le iba de las manos ..."
"La urdimbre de los nuevos movimientos del clero, de los laicos, no podía con ellos, aquello era un hervidero".
"¿Las tesis nacionalistas? Por mucho que argallen los nacionalistas para cambiar la Historia, la tesis de Guerra Campos era que el gallego era una lengua deteriorada, mientras que el cardenal se plantó en Roma ante la Comisión Litúrgica y ante Pablo VI para decir: ‘Yo quiero que el gallego sea lengua litúrgica’, y lo consiguió".
Un tercer religioso preguntado sostiene que "durante la Guerra Civil abre la puerta a los galleguistas, es más, se juega su prestigio y su futuro al mediar en la paralización de algunas sentencias, lo cual, entre los párrocos de las aldeas, es una decisión gremial. ¡Cuántos sacerdotes no hemos salvado la vida de muchos sospechosos y perseguidos al avalar los certificados de buena conducta con un ‘sí, ha cumplido con la Pascua, es un cristiano ejemplar!".
"Quiroga, por mucho que se reinvente su biografía, no es un eclesiástico republicano; apoyó el Movimiento, porque hacer lo contrario sería ilógico. No podemos olvidar que nos estaban matando ..."
"Quiroga es más conservador en lo personal que en lo pastoral. Como cardenal sabe que debe ser sensible a las novedades, tiene que aceptarlas, muchas de ellas son buenas... El Concilio Vaticano II significa su gran conversión. Él reñía, se encendía, abroncaba al clero, tenía un carácter enérgico, pero a partir del Concilio se convierte en un hombre dialogante, cariñoso. Son los nuevos tiempos de las secularizaciones masivas. Y claro, el respeto a las lenguas vernáculas emanadas del Concilio cala en quien ya de por sí tenía grandes amistades entre el galleguismo histórico".
Reabrir la canonización del cardenal no es tarea fácil, según el cuarto encuestado. "Hay un momento en que se habla de secularización, lo hace don José Cerviño, obispo auxiliar, que la pide abiertamente en un acto del centenario de su nacimiento. Pero en la práctica se ha impedido. Han dejado que se hayan muerto sus colaboradores más directos, don Camilo Gil Atrio, don Maximino Cancela, don Juan Bretal. Ya no quedan testigos".

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