martes, 28 de agosto de 2007

el JESUS de Ratzinger

“Parece que Juan el Bautista, y quizás también Jesús y su familia, fueran cercanos a este ambiente (de los esenios). En cualquier caso, en los escritos del Qumrán hay numerosos puntos de contacto con el mensaje cristiano”. Ni revolucionario ni liberal, pero sí influido por la secta de los esenios, consciente de su divinidad, ejecutado por blasfemo y no por razones políticas y con algunos discípulos pertenecientes al movimiento liberacionista de los zelotes. Estos son algunos de los aspectos más llamativos del retrato que Benedicto XVI hace de Jesucristo en su libro, “Jesús de Nazaret” (La Esfera de los Libros).
Hablarle al hombre contemporáneo mirándole a los ojos, para expresar lo esencial de la fe cristiana. Con la sencillez de un gran pedagogo. Con la solvencia de un consagrado teólogo. Este es el objetivo del primer libro del Ratzinger Papa. En el fondo, lo único que pretende es rehabilitar al Cristo de los Evangelios como fuente de verdad histórica. Frente a tanto camelo y falsa literatura, Benedicto XVI propone sus convicciones claras: los Evangelios tienen valor histórico; la fe no se opone a la razón; Jesús tenía plena conciencia de su naturaleza divina.
El teólogo Joseph Ratzinger, actual cabeza de la Iglesia católica como Papa Benedicto XVI, intenta resolver un problema dramático de la fe cristiana: ¿El Jesús de la historia es el mismo que el Cristo de la fe?. Casar a Jesús de Nazaret con Cristo, para convertirlo en Hombre-Dios, en Jesucristo. Porque “Jesús no aparece como un hombre genial con sus emociones, sus fracasos y sus éxitos, con lo que, como personaje de una época pasada, quedaría a una distancia insalvable de nosotros. Se presenta ante nosotros más bien como ‘el Hijo Predilecto’”. Sólo así es más que Buda, Mahoma, Confucio o Sócrates.
“He intentado presentar al Jesús de los Evangelios como el Jesús real, como el ‘Jesús histórico’ en sentido propio y verdadero. Estoy convencido, y confío en que el lector también pueda verlo, de que esta figura resulta más lógica y, desde el punto de vista histórico, también más comprensible que las reconstrucciones que hemos conocido en las últimas décadas. Pienso que precisamente este Jesús –el de los Evangelio- es una figura históricamente sensata y convincente”.
Y para probarlo, el autor recorre los acontecimientos más emblemáticos de la vida pública de Jesús. Desde el bautismo a la transfiguración, en este primer volumen (En el segundo, al que dicen que dedicó gran parte de sus vacaciones, abordará la infancia, la pasión y la resurrección).
¿Es realmente Jesús el Hijo de Dios que pretende ser? El Papa comienza buscando un principio de respuesta en el Antiguo Testamento. En la figura de Moisés. Para anclar la fe cristiana en sus raíces judías. “Se necesitaba un nuevo Moisés”. Con una diferencia fundamental entre ambos. “Al último profeta, al nuevo Moisés, se le otorgará el don que se niega al primero: ver real e inmediatamente el rostro de Dios y, por ello, poder hablar basándose en lo que ve plenamente y no sólo después de haberlo visto de espaldas”.
Si Moisés era “amigo de Dios”, Jesús, en cambio, “vive ante el rostro de Dios no sólo como amigo, sino como Hijo; vive en la más íntima unidad con el Padre”. Por eso, “no tiene el cometido de anunciar acontecimientos de mañana o pasado mañana, poniéndose así al servicio de la curiosidad o de la necesidad de seguridad de los hombres. Nos muestra el rostro de Dios y, con ello, el camino que debemos tomar”. De ahí que “su rasgo distintivo es el acceso inmediato a Dios, de modo que puede transmitir la voluntad y la palabra de Dios de primera mano, sin falsearla”. Es decir, “la doctrina de Jesús ya no procede de enseñanzas humanas…Es la palabra del Hijo…Jesús puede hablar del Padre como lo hace sólo porque es el Hijo y está en comunión filial con El”.
Por eso habla con autoridad. Por eso dice “Yo os digo”. Ese “Yo” que tanto escandalizaba al rabino americano Jacob Neusner, al que el Papa matiza con respeto. Lo que le choca al estudioso judío no es lo que Jesús dice. Ni siquiera el contenido de las Bienaventuranzas. Sino lo que añade: “El mismo”. Porque aquí reside el corazón del cristianismo: “La centralidad del Yo de Jesús en su anuncio”. Por eso, “Jesús fue un ‘israelita de verdad’ y, al mismo tiempo, fue más allá del judaísmo”.
¿Qué aporta este Jesús, según el Papa? “La respuesta es sencilla: a Dios y con El la verdad sobre nuestro destino y nuestra procedencia”. La coherencia de la figura de Jesús reside en esta relación inmediata con Dios Padre. Tanto en el desierto, tentado por el diablo, como en las Bienaventuranzas o en las parábolas, el Jesús de Ratzinger siempre conduce a Dios.
Pero el Dios de Jesús, según el Papa Ratzinger, no es un Dios edulcorado. Su Santidad predica un cristianismo exigente: “Vivir en íntima comunión con la esencia y la palabra de Dios”. De ahí que seguir a este Jesús para encontrar a este Dios no consista en encontrar “estructuras sociales realizables en el plano político”. Jesús sólo nos trajo una cosa: Dios.
¿Cómo era este Jesús, portador de Dios? Pocos datos concretos sobre la persona de Jesús nos ofrece el libro. Entre otras cosas, porque se trata de un denso estudio teológico, con el que Ratzinger desciende al debate académico y social sobre Jesús. Para desbrozar teorías y leyendas y mostrar el núcleo esencial de la fe. Y para eso, el Papa teólogo despliega teorías y críticas y no teme confrontarse con ellas. Y hablar de tú a tú con las “vacas sagradas” de la teología católica y protestante de los últimos siglos. Para rebatir a Bultmann, Loisy y, sobre todo, a su principal adversario, Adolf von Harnack. O para matizar a Schanackenburg, Moltmann o Neusner. Y para bendecir las tesis de Franz Michel Willam, Pablo de Tarso o San Agustín.
Como Papa culto es, sin duda, el pontífice adecuado para ello. Pero, a veces, alcanza niveles de abstracción teológica difíciles de asimilar por parte del lector normal y corriente. Un libro de altura, repleto de frase reveladoras, afirmaciones radicales, pero que hay que buscar o llegar a ellas a través de argumentaciones muy elaboradas. Uno de los problemas básicos de comunicación de la Iglesia, pues cada vez se lee menos. Aún así, el Papa consigue un libro en forma de gran catequesis, accesible al gran público, gracias al talento de pedagogo que caracteriza al antiguo profesor.
En cualquier caso, el libro de Benedicto XVI se convertirá en el fenómeno editorial del otoño. Tanto por la expectativa generada entre los lectores como por lo sucedido en los países donde ya ha sido publicado (Italia, Alemania y Polonia), donde se ha consolidado como un gran bestseller, con unas ventas declaradas de más de dos millones de ejemplares. Y se espera vender en total unos veinte millones. El 15% de las ventas, para el Vaticano.
Todos los Papas hablaron de Cristo. Pero casi siempre con consideraciones piadosas y afirmaciones de la tradición creyente. Es la primera vez que un Papa se lanza al debate teológico de fondo. Con un libro “universitario”, con bibliografía, citando a muchos teólogos y tomando partido por unas interpretaciones exegéticas o históricas en detrimento de otras. Estas peculiaridades plantean el problema del estatus de la obra: ¿Es de Joseph Ratzinger o de Benedicto XVI, del teólogo o del Papa?
“Sin duda no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor. Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible”, advierte Su Santidad desde el prólogo. No se trata, pues, de una enseñanza oficial de la Iglesia. Más aún, el Papa se somete al escrutinio de los teólogos, haciendo gala, también en esto, de una concepción “desacralizada” y más moderna de su función. El Papa tiene sus opiniones personales y, como tales, las publica.
Por ejemplo, pone en la diana a algunos exegetas y a uno de los principales métodos exegéticos modernos, el histórico-crítico y la teología alemana liberal de comienzos del siglo XX, que marcó la investigación teológica y cuyo jefe de filas fue el protestante Adolf von Harnack. Esta corriente, al privar a Jesús de todo elemento sobrenatural (su nacimiento de una virgen, sus milagros), lo convierte en un simple maestro espiritual.
El Papa, en cambio, se alinea con la escuela de la “exégesis canónica”, nacida en Estados Unidos hace unos treinta años, que estudia cada elemento del Nuevo Testamento a la luz del mensaje que la Tradición cristiana ha reconocido como revelado. Una lectura creyente, pues, y, a juicio del Papa, complementaria de las aproximaciones científicas. “La exégesis canónica –la lectura de los diversos textos de la Biblia en el marco de su totalidad- es una dimensión esencial de la interpretación que no se opone al método histórico-crítico, sino que lo desarrolla de un modo orgánico y lo convierte en verdadera teología”. Y concluye: “Este libro no está escrito contra la exégesis moderna, sino con sumo agradecimiento por lo mucho que nos ha aportado y nos aporta…Yo sólo he intentado ir más allá de la interpretación histórico-crítica”.
Desde esta perspectiva, el Papa Ratzinger se asoma al comienzo de la predicación de Jesús. “La vida pública de Jesús comienza con su bautismo en el Jordán por Juan Bautista…Jesús tenía en ese momento unos treinta años de edad…La aparición pública de Jesús es un acontecimiento histórico que se puede datar con toda la seriedad de la historia humana ocurrida realmente”. Un Bautista esenio y un Jesús en contacto con los esenios, que ya rechazaban la violencia, compartían sus bienes y creían en la inmortalidad del alma, el juicio final, la resurrección, el paraíso para los justos y el infierno para los pecadores. Lo mismo que predicará el Nazareno. Pero, al contrario de los esenios, sin vivir “apartado” de los impuros.
Un Jesús en medio del mundo y rodeado de un grupo de incondicionales. El Papa asegura que, al elegir a sus apóstoles, Jesús formó un grupo política y religiosamente heterogéneo. Con Simón y Judas Iscariote, miembros de un movimiento partidario de la lucha armada. “En torno al tiempo del nacimiento de Jesús, Judas el Galileo había incitado a un levantamiento sofocado por los romanos. Su partido, los zelotes, seguía existiendo, dispuesto a utilizar el terror y la violencia para restablecer la libertad de Israel. Es posible que uno de los doce Apóstoles de Jesús –Simón el Zelote y quizás también Judas Iscariote- procedieran de aquella corriente”.
Para su grupo “fichó” también a un publicano (colaboracionista con los romanos), Levi-Matero, dos hombres de nombre griego y probable cultura helenista, Felipe y Andrés, y un núcleo formado por cuatro pescadores: Simón-Pedro, Andrés, Juan y Santiago.
¿Había también mujeres en su círculo más restringido? “Jesús, que caminaba con los Doce predicando, también iba acompañado de algunas mujeres. Lucas menciona tres nombres y añade: ‘Y muchas otras que lo ayudaban con sus bienes’ (8,3). La diferencia entre el discipulado de los Doce y el de las mujeres es evidente: el cometido de ambos es completamente diferente. No obstante, Lucas deja claro algo que también consta de muchos modos en los otros Evangelios: que ‘muchas’ mujeres formaban parte de la comunidad restringida de creyentes y que su acompañar a Jesús en la fe era esencial para pertenecer a esa comunidad, como se demostraría luego claramente al pie de la cruz y en el contexto de la resurrección”.
Un Jesús-Mesías diferente. Benedicto XVI asegura que el mesianismo de Jesús se distinguió del mesianismo político y antirromano mayoritario en la Palestina del primer siglo. Por eso rechaza las tres tentaciones que le tiende el diablo. La primera, dejar claro quién es: “Si existes, Dios, tienes que mostrarte…Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces”.
En la segunda, “Dios debe someterse a una prueba. Es ‘probado’ del mismo modo que se prueba una mercancía”. Y en la tercera, se le invita a asegurar la fe a través del poder. Esta es la tentación radical: “La tercera tentación de Jesús resulta ser la tentación fundamental, se refiere a la pregunta sobre qué debe hacer un salvador del mundo”. Y es también la tentación radical para la Iglesia: “Interpretar el cristianismo como una receta para el progreso…es la nueva forma de la misma tentación…¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor?”
Una tentación que viene de lejos. “El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la fe en un factor político de unificación imperial. El reino de Cristo debía, pues, tomar la forma de un reino político y de su esplendor…En el curso de los siglos, bajo distintas formas, ha existido esta tentación de asegurar la fe a través del poder, y la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder…La fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios”.
¿Qué ha traído, entonces, Jesús? “Ha traído a Dios…y, con El, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino”. Ha traído el Evangelio. “¿Qué es realmente el Evangelio? Recientemente se ha traducido como ‘Buena Noticia’; sin embargo, aunque suena bien, queda muy por debajo de la grandeza que encierra realmente la palabra ‘evangelio’…El Evangelio no es un discurso meramente informativo, sino operativo; no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo”.
Ha traído el Reino de Dios. “El contenido central del ‘Evangelio es que el Reino de Dios está cerca…Jesús anuncia simplemente a Dios…Nos dice: Dios existe. Y además: Dios es realmente Dios, es decir, tiene en sus manos los hilos del mundo…En Jesús, Dios viene a nuestro encuentro. En El ahora es Dios quien actúa y reina, reina al modo divino, es decir, sin poder terrenal, a través del amor que llega ‘hasta el extremo’”.
El Jesús de las Bienaventuranzas (“que son una paradoja: se invierten los criterios del mundo…desde la escala de valores de Dios”) explica el Reino por medio de parábolas tan bellas como la del buen samaritano o la del hijo pródigo. Pero no le condenaron por ellas ni por sus demás enseñanzas. “Lo que causaba escándalo de Jesús era precisamente…el hecho de que parecía ponerse al mismo nivel que el Dios vivo. Este era el aspecto que no podía aceptar la fe estrictamente monoteísta de los judíos”. Y por eso lo mataron. Por blasfemo.