sábado, 12 de mayo de 2007

Benedicto XVI - Brasil

Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y un Obispo, modelado según la imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento en ofrecer el divino bálsamo de la fe, sin descuidar del «pan material». Como pude evidenciar en la Encíclica «Deus caritas est», «La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra» (N. 22).
La vivencia sacramental, especialmente a través de la Confesión y de la Eucaristía, adquiere aquí una importancia de primera grandeza. A vosotros Pastores les cabe la principal tarea de asegurar la participación de los fieles en la vida eucarística y en el Sacramento de la Reconciliación; debéis estar vigilantes para que la confesión y la absolución de los pecados sean, de modo ordinario, individual, tal como el pecado es un hecho hondamente personal (cf. Exort. ap. post-sinodal «Reconciliatio et penitentia», N. 31, III).
Solamente la imposibilidad física o moral excusa al fiel de esta forma de confesión, pudiendo en este caso conseguir la reconciliación por otros medios (Cân. 960; cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, N. 311).
Por eso, conviene infundir en los sacerdotes la práctica de la generosa disponibilidad para atender a los fieles que recurren al Sacramento de la misericordia de Dios (Carta ap. «Misericordia Dei», 2).