sábado, 10 de noviembre de 2007

Pasteur


UN SABIHONDO EN EL TREN
Un joven universitario se sentó en el tren frente a un señor de edad, que devotamente pasaba las cuentas del rosario. El muchacho, con la arrogancia de los pocos años y la pedantería de la ignorancia, le dice: "Parece mentira que todavía crea usted en esas antiguallas......
"Así es. ¿Tú no?", le respondió el anciano.
"¡Yo! -dice el estudiante lanzando una estrépitosa carcajada. Créame: tire ese rosario por la ventanilla y aprenda lo que dice la ciencia".
La ciencia? Pregunta el anciano con sorpresa. No lo entiendo así. Tal vez tú podrías explicármelo?"
"Deme su dirección -replica el muchacho, haciéndose el importante y en tono protector-, que le puedo mandar algunos libros que le podrán ilustrar".
El anciano saca de su cartera una tarjeta de visita y se la alarga al estudiante, que lee asombrado: 'Louis Pasteur. Instituto de Investigaciones Científicas de París".
El pobre estudiante se sonrojó v no sabía dónde meterse. Se había ofrecido a instruir en la ciencia al que, descubriendo la vacuna antirrábica, había prestado, precisamente con su ciencia, uno de los mayores servicios a la humanidad.
Pasteur que tanto bien hizo a los hombres no ocultó nunca su fe ni su devoción a la Virgen. Y es que tenía, como sabio, una gran personalidad y se consideraba consciente y responsable de sus convicciones religiosas.